Es crítico de arte y literatura, comisario de exposiciones y poeta español.
Entre sus cargos se destacan: Director del Instituto Cervantes de Madrid, Director del Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM), Director del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid y colaborador de los periódicos ABC y El País.
De su Colombia natal, donde dio sus primeros pasos en la cerrajería paterna y luego en el Instituto de Bellas Artes de su ciudad, y de Italia, su tierra de adopción, nos llega el trabajo de un escultor nuevo, Gustavo Vélez (Medellín, 1975), formado a partir de 1997 en la Scuola d’Arte Lorenzo de Medici de Florencia, y que al igual que su ilustre paisano Fernando Botero o que el polaco Igor Mitoraj, se ha buscado y encontrado a sí mismo entre las piedras, valga la redundancia, de Pietrasanta. Es a Cristina Mato a quien debemos la iniciativa de montar esta exposición de algunas de sus obras recientes en Madrid, naturalmente en Ansorena, la galería familiar, habitualmente centrada en la promoción de las nuevas modalidades del realismo, pero donde no debemos olvidar que en su día nos descubrió a Arturo Berned, arquitecto de formación, y uno de nuestros más talentosos nuevos geómetras, hoy casi más activo en el continente americano, y en el Extremo Oriente, que por estos pagos. Ya en 2017, se había visto algo del colombiano en una colectiva en la galería.
En el caso de Gustavo Vélez, estamos ante alguien que también practica la geometría, esa Geometric Abstraction que pregonaba en 2017 desde la cubierta de su individual en la Art of the World Gallery de Houston. Aquí mismo, en algunos de sus cubos ligeramente desencajados se advierte la fascinación que sobre él ejercen las cajas metafísicas de Oteiza, cuya errante biografía temprana incluye por cierto un capítulo colombiano, durante la cual el vasco visionario ahondó en su conocimiento de la estatuaria megalítica indoamericana, además de alentar el talento de un entonces jovencísimo Edgar Negret, que estaba llamado a ser una de las grandes guras de aquella escena. Pero Gustavo Vélez no es un constructivista sensu stricto, ni un sistemático, ni mucho menos un posminimalista. Tampoco un visionario. Es alguien imbuido por el oficio de escultor, y que conoce bien la tradición, la historia antigua y moderna de ese oficio, de ese mestiere que en pintura reclamaba Giorgio de Chirico para sí y los suyos. Alguien intuitivo, que ama la línea recta, sí, pero también la curva y el arabesco. Alguien que se entusiasma ante el mármol blanco, su textura, su tacto. Alguien que adora pulirlo, y extraer de la masa a la que se enfrenta, formas puras, como soñadas, y que vuelan. Alguien que ama la estatuaria griega arcaica, y la clásica, y el arte de Miguel Ángel y otros grandes de la plástica italiana, y el de Rodin, pero que se identifica sobre todo con el mundo de las primeras vanguardias, en el quicio entre una figuración de raíz simbolista, y la abstracción, ese espacio donde se movieron precursores como Brancusi, Arp, Laurens, Gaudier-Brzeska o Csaky, y un poco después Henry Moore, Barbara Hepworth, Beothy, Noguchi, Émile Gilioli, Étienne Hajdu, y demás, o allá en el Nuevo Mundo la boliviana y andinista Marina Núñez del Prado, la argentina Alicia Penalba o el brasileño Sergio Camargo, o de vuelta al Viejo Mundo nuestro Baltasar Lobo en sus momentos de mayor pureza cicládica, o un cierto Alfaro... Rica tradición de la escultura del siglo XX, en la que quedan todavía muchos rincones por explorar, muchos frutos sabrosos por descubrir.
Varias de las piezas aquí presentes son en un acero. Con este material el escultor sabe construir Hexaedros. Pero también sabe curvarlo para proponernos un canto metálico con su lado aerodinámico y déco, patente en sus Vuelos o en su Mujer de acero. Son seductoras estas piezas de acero, esbeltas, flamígeras (la crítica venezolana Bélgica Rodríguez dixit), refulgentes algunas cual espejos, y de hecho una se titula simplemente así, Espejo. También los bronces, como Vuelo azul, como Llama o como Fluyendo. Un grado todavía mayor de esencialidad tensa sus mármoles blancos de Carrara, y asimismo sus mármoles grises o negros.
En Italia, y más concretamente en Pietrasanta, el mármol fue su gran descubrimiento; en 1998, cuando regresó por un tiempo a Medellín, se llevó nada menos que... trece toneladas. Mármoles los suyos de extrema pureza, y pienso en Eclipse, en Silencio (una columna infinita de estirpe claramente brancusiana, y lo mismo cabe decir de Sin Fin, o de una de sus piezas monumentales, Vida, de más de seis metros de alto, en Luna, en Bruma (una niebla de mármol...), en Viento (recordemos los de nuestro querido Martín Chirino), en Libertad, en Génesis, en Rítmica, en Danza, en Fuga, en Simétrica, en Núcleo, en Fracción, en Vértice, en los Hipercúbicos (arranque, en 1995, de su trabajo abstracto), todo un mundo de títulos entre poéticos, simbólicos, y sobre todo geométricos. Títulos adecuados a la realidad de las piezas que designan, piezas que se caracterizan por eso, por su esencialidad, por su pureza.
Cuando contemplo fotografías en acción de este escultor tan enamorado de la talla directa como en su momento lo fueron modernos de antaño del tipo de los que he citado hace unas líneas (podría añadir a otros más figurativos: los animalistas François Pompon y Mateo Hernández, Chana Orlo, los hermanos Martel, Ivan Mestrovic, José de Creeft...), cuando lo veo en medio de las imponentes canteras blancas de Pietrasanta, o entregado al manejo de la tradicional gubia o de la moderna radial, o acariciando la tersa superficie recién pulida del mármol, me vienen a la memoria otras instantáneas, ya sepias, de esos maestros. Esculturas las suyas, depuradas, sin trampa ni cartón, que irradian luz, y en las que se lo juega todo en cada momento.
Por lo demás, estamos ante un escultor que ha expuesto ya, en 2015, en un museo italiano importante como el Marino Marini, de Pistoia, pero que es sobre todo amigo de enseñar su trabajo en la calle. Ningún otro entorno urbano más querido para él que el majestuoso de Pietrasanta, escenario, en 2013, de una exposición de su trabajo que obviamente ha de ser leída en clave de consagración en el que es su segundo país (otros expositores en solitario en esas calles, antes que él, han sido los citados Botero y Mitoraj, y el ilustrador belga Jean-Michel Folon en su faceta de escultor, y nuestro Manolo Valdés), y más allá, que la irradiación de esa ciudad de la piedra, y de sus canteras, frecuentadas por tantos escultores de todo el mundo, trasciende fronteras.
Además de a Botero y a Mitoraj, una mínima lista de digamos pietrasantistas debe incluir a Agustín Cárdenas, César, Barry Flanagan, el uruguayo Gonzalo Fonseca, Gilioli, Dani Karavan, Lipchitz, Miró, Moore, Noguchi, Alicia Penalba, Penck, Niki de Saint-Phalle, y por supuesto los principales nombres italianos... En la propia ciudad toscana, la obra del colombiano coexiste con la de creadores como los que acabo de mencionar, y otros muchos, en el Museo dei Bozzetti, gran conservatorio de la memoria de los artífices que han pasado por la ciudad. Pero releo lo que acabo de escribir, y tengo la impresión de que igual me equivoco: lo más probable, por aquello de que siempre es más difícil ser profeta en tu tierra que triunfar lejos de ella, es que le haya hecho todavía más ilusión su individual de 2015 en Cartagena de Indias, que tuvo lugar en el casco antiguo y en las forticaciones de esa bellísima ciudad, Patrimonio Histórico de la Humanidad desde 1984. Ciudad que todavía no forma parte del mundo que uno ha visto, aunque uno la ha visitado a menudo... con la imaginación, creyendo escuchar en la noche los pasos de Luis Carlos López, “el tuerto López”, aquel poeta del Novecientos que supo universalizar, en versos cotidianos, prosaístas, irónicos, la gran ciudad del Caribe colombiano, que él amó “como se ama a un par de zapatos viejos”.
Bienvenida pues a Madrid, a este hijo del Trópico recriado en la dulce Toscana, que avanza con paso firme, combinando rigor y libertad, geometría e intuición, y sobre todo demostrando una gran conciencia del mestiere.
Esperada con muchas ansias, tenemos el agrado de presentar la primera exposición individual de escultura del artista colombiano Gustavo Vélez en Lima. Con esta muestra Vélez retorna después de 20 años, tal como lo señala el título de la exposición “Origen”, a los inicios o punto de partida de su obra abstracta, concretamente a la escultura Hipercúbicos.
“Era el año 1997 y en mi espacio de Laboratorios Palla en Pietrasanta - Italia, jugaba con las proyecciones que los rayos de luz dibujaban sobre el mármol. Allí inquieto, en esa búsqueda de la forma, empieza mi transición de lo figurativo a lo abstracto.
Un bloque de mármol extraído de las cavas de Miguel Ángel Buonarroti me esperada, fue en ese cubo perfecto de mármol Estatuario de Carrara donde esculpí el “Hipercúbicos”, mi primera obra abstracta en este material” Gustavo Vélez, Abril de 2018.
La muestra actual que presentamos en la Galería Enlace Arte Contemporáneo de Lima, Perú, consta de 17 obras trabajadas en mármol Blanco y mármol Gris Bardiglio de Carrara, mármol Negro de Bélgica, bronce y acero, de mediano y gran formato. En esta serie de obras que conforman la actual exposición, podemos hallar en forma más intensa las conjeturas del artista en torno a propiedades geométricas y su progresión, en especial las del cubo: su plegado y superfoliado, a modo de ejercicios de papiroflexia en mármol. Todo esto en un tratamiento puramente sensible, en el significado etimológico de la aisthesis Griega: sensación, conocimiento propio de los sentidos obtenido por la experiencia, de ahí lo estético. Se trata de intuiciones del espacio, sus posibilidades, propiedades y expresiones desarrolladas plásticamente. Vemos en las obras de Vélez un ejercicio de (auto)didáctica esquemática en el desarrollo de prácticas de proporcionalidad, esquemas con órdenes determinados de construcción y desarrollo.
La serie de nuestra exposición “Origen” está basada en el cubo que es un prisma con la propiedad única de dividirse en tres pirámides iguales y semejantes, lo que no sucede en ninguna otra especie de prisma. Esto lo podemos sentir en varias de sus obras, sea que las trabaje en el volumen o en el espacio, mediante la materia que retira, que airea. Es esa singularidad la que le permite a Gustavo Vélez intuir siguiendo sus sinuosidades mentales sensibles y afectivas y crear esas ondulaciones orgánicas que conjugan materia y luz, vacío y sombras.
Se vale y aprovecha hábilmente de los elementos del cubo: cara, arista, vértice, diagonal y centro para crear en su libre juego afectivo de las formas puras de la sensibilidad una obra cargada de sensualidad y hasta sutil erotismo, fundadas en una sólida realidad de proporciones geométricas. Rigurosidad y sensibilidad sutil conjugadas que nos acercan a una obra de ensueño, la de la ilusión del arte de erigir un mundo con la realidad, en un espacio ya vislumbrado de cuatro dimensiones, en la figura cerrada, compacta y convexa del Hipercubo, que intuitivamente imaginaríamos en un cubo desplazado (o desfasado) en el tiempo, un cubo tal no nos es permitido ver ni experimentar tal cual, debido a nuestra particular constitución para captar aparentemente solo tres dimensiones.
Gustavo Vélez, gracias! que nos permites aprehender y gozar afectivamente esto, nos lo traes a la presencia, (eso es el arte también), hacer surgir, erigir, traer a la presencia y sentirlo... de eso se trata en definitiva.
Colombian-born sculptor Gustavo Vélez can be seen as continuing the tradition of 20th-century greats such as Constantin Brancusi — whom he cites as a formative influence — as well as other icons of modern sculpture. A short list might include Naum Gabo, Isamu Noguchi, and Hans Arp, and if you want to add in a constructivist element, Vladimir Tatlin (as both share a sense of yearning for what is onward and upward, a utopian ideal, so to speak, to launch sculpture skyward).
A significant distinction however with this sculptor and the list above is Vélez‘s heritage. As a Latin American artist, he belongs to a continent possessing a collecting field that is not only flourishing, but being intensely followed and investigated — for the Southern Hemisphere’s talents of the 20th century to today are poised for fresh discovery and rediscovery in the context of a broader and more inclusive view of art history.
Vélez’s trajectory as an sculptor has produced a thriving studio practice extending across three continents — North America, specifically New York; his homeland of South America where his studio is in his birthplace of Medellín, Colombia; and Europe, Italy to be exact, where the artist has been enthusiastically embraced by the city of Pietrasanta as an adopted creative son.
This is a stellar time for Vélez (born 1975), who has begun the ascent of his career, and is now entering a new, especially fruitful phase as a mid-career sculptor. Increasingly, collectors are focusing upon his abstract geometric sculpture, which veers from the predominant constructivism or kinetic art that characterizes the Latin American order. Also, Vélez has also eschewed wild color — so don’t expect to find the chromatic saturations of Cruz-Diez or dizzying optical effects of Soto in his repertoire. Instead, the palette of this contemporary Colombian talent is provided simply and solely by the trinity of his materials: marble in shades of creamy white, black, or gray; polished-to-a-mirror-finish stainless steel; and bronze burnished into patinas of honeyed orange or brown, or with a golden, polished finish.
As such, within the past five years, Vélez has been placed upon the world stage including being highlighted in important auctions of Latin American Art conducted by Sotheby’s, Christie’s, and Phillips, where his sculpture have shared the block, and sold, alongside canonical masters such as Tunga, Gego, Liliana Porter, and Carlos Cruz-Diez. Also vital to single out is the sculptor’s global reach, notably being the featured artist during 2013 in the Italian town most identified with Michelangelo’s marble — Pietrasanta (the name itself, appropriately translates at sacred stone in Italian) — and a 2015 museum exhibition in Museo Marino Marini, sited in the former church of San Pancrazio, which dates back to the age of Charlemagne, in the immortal city of Florence. For the sculptor, the Museo Marino Marini show evidenced his synchronistically coming full circle: Florence is the city where Vélez began his studies decades ago, at the age of 19, in the Lorenzo de’ Medici School.
While Vélez’s creations — timeless evocations rendered in marble, bronze, and steel — do not reference realistic figures or objects, in more intrinsic ways they allude to subtle elements of nature. The flight of birds, a column of air, a flame from a primordial fire, a thin leaf tendril arching to the sun, perhaps even a sub-atomic nanoparticle or a sound wave observed and captured scientifically from the chords of a musical performance — these associations are all invoked by the sculptor’s artworks.
Light also contributes an energy to Vélez’s compositions torqueing into space, especially the artist’s stainless steel works, where nuanced rays and reflected beams bounce off sinuous spirals of steel to project upon surrounding walls, adding a note of the infinite, spiritual, and divine.
From his first encounter with art, in his father’s metalsmith shop in Medellín at the tender age of six, to formal study at his hometown’s Institute of Fine Arts, to his departure for the country whose Carrara marble and Renaissance masters continue to inspire him, Vélez has been an artist poised to synthesize the future with the grand traditions of the past.
At first, he fell in love with marble — Vélez favors “Statuary White marble … I look for transparency and gloss. It is a warm and strong material” (Gustavo Vélez: Scultore a Pietrasanta, 2013). To this most challenging material, the sculptor has subsequently added bronze and stainless steel to his arsenal, each with its own set of properties, trials, and aesthetics. One of course thinks of the Age of Bronze (around 3,000 BCE, or the Baroque bronzes of Bernini), while stainless denotes the machine-age dynamism of the 20th-century into today.
Besides Vélez’s versatility and agility with these three essential sculptural media, there is the question of scale. From monumental marble works reaching towards 520 centimeters (17 feet) high, that can command a venerable, and historic town square as in the case of Pietrasanta’s medieval Piazza del Duomo, to towering stainless steel columns rising above posh private country-club retreats in the Dominican Republic and Panama, the ability to work in the enduring and epic is a hallmark of a master. The sculptor however is not without his intimate moments, and desk-sized creations, approximately 36 centimeters (14 inches) high, also allow collectors to experience a Vélez work in a domestic, personal space.
Also, it must be noted, in contrast to many contemporary talents who employ a busy phalanx of studio assistants fabricating works factory style with the artist only glancing and approving the final finished piece at the end of its production (and sometimes from a great geographic distance), Vélez has always been about the process. His studio practice is defiantly solo or by selective collaboration, which is especially apparent in Italy, where he seeks wisdom from an artisan foundry, which has been casting bronze sculpture in family workshops across generations, for more than a century.
As to the intent behind his pure, geometrically and biomorphically honed abstractions, the artist writes in his Pietrasanta catalogue, “First and foremost, I want to express peace of mind, giving to people harmonious feelings … My sculptures are made of well-balanced, smooth lines. They softly let themselves into space, without disruptions. They are lines that tend to infinity.”
Not unlike the ground-breaking Brancusi — whose Endless Column (1918) forever altered the language of modern sculpture, defying literal figuration, while invoking the possibilities of geometric abstraction — Vélez, almost exactly a century later, is reaching with both buoyance and gravitas for a sense of the optimistic continuous and futuristic forever.
In a closing note, this eagerly anticipated exhibition at the Art of the World Gallery in Houston marks the artist’s U.S. debut. Gallery owners and directors Liliana Molina and Mauricio Vallejo have curated Vélez’s inaugural American exhibition, “Geometric Abstraction,” with this in mind, presenting a synthesis of the Colombian master’s oeuvre that is powerful, beautiful, and nuanced, while underscoring the sculptor’s intuitive quest to wrest harmony from form, material, and nature.
"Deslizando la mirada entre una curva y la otra, se puede notar fácilmente que las esculturas de Gustavo Vélez son el reflejo de su experiencia de casi veinte años en los talleres artesanales y fundiciones de Pietrasanta. Después de sus estudios en El Instituto de Bellas Artes de Medellín y en Historia del Arte en Florencia, el artista Colombiano de hecho pasó a aprender las técnicas esculturales en Pietrasanta, arrebatando los mejores secretos a los maestros artesanos locales. Su creatividad y su dedicación después por la escultura, en el transcurso de los años, hicieron el resto. Su gran pasión por las formas esbeltas lo llevó a perfeccionarse en descubrir la suavidad del mármol, que a veces se casa con la piedra al natural, sin descuidar la traducción en obra de sus creaciones en bronce, de la cual cuida en modo particular el rendimiento de la superficie, que ama pulir, de modo casi reflejante. Así como las esculturas en acero, a las cuales dedica largas horas, para poder de hecho alcanzar el resultado de un efecto espejo.
Las esculturas de Vélez fascinan por su fuerza expresiva no sólo dada por la modulación sinuosa de las formas, en un constante movimiento 'cristalizado' hacia lo alto con un germinar orgulloso, sino que impacta por su peculiaridad de reflejar y reflejarse. Reflejan de hecho a quien se detiene para admirarlas – comenzando con el artista que la creó, pero sobretodo el mundo que la rodea, y el cielo infinito, que de este modo vienen capturados y hechos propios. En el mármol en cambio el reflejo se convierte delicado y transparente, que bien se unen con las eventuales venas de la piedra.
Gustavo Vélez, por primera vez, en esta ocasión presenta sus últimas obras en la Plaza del Duomo y en la Iglesia de Sant’Agostino de Pietrasanta, exaltando así la preciosidad de los materiales, en una "danza" de juegos armónicos, que se unen con las imponentes arquitecturas históricas, con los cuales dialogan en un encuentro directo. Arte e historia, creatividad y tradición: estos son los binomios vencedores para una gran muestra, como la de Gustavo Vélez en Pietrasanta."
“A clear harmony, where two movements meet, this is figurative abstraction”
I was very impressed by Gustavo Vélez’s sentence, and it is from there that I would like to start in my exploration of his artistic universe. Two words come out of there, which I think are the very essence of his creative message: harmony and movement. Actually, when you look at his works, these are the words that best sum up his message.
Whatever the material they are made of, his works softly let themselves into the space, actually they do it harmoniously. In front of such sculptures as the white marble Hipercubicos or the steel Visione e or even the bronze Volo azzurro, you feel as if the person who made them really deeply wanted a peaceful dialogue with the surrounding space, to which his reflective surfaces give a leading role. However, Vélez also tries to interact with the people who visit that space, to whom he sends a clear message of peace.
When you are faced with this artist’s works, the first thing you feel is the lack of any violence; actually, as you look at them, a feeling of peacefulness and inner balance comes from the depths of your soul.
Movement, the other keyword that helps us fully grasp the essence of these works, encloses all the meaning of these soft, almost flowing, folds.
Water is the element that most resembles the endless flowing of the lines and forms, the glance can never stare at any detail, it must raptly rush to the glossy, smooth surfaces to be able to grasp the full scope of the work. You become addicted to the mesmerising charm of the light and shadow effects that create solids and voids on the surface and you get lost in baroque amazement as you look at the alchemy of the solid matter that melts into space and liquefies.
The monumental proportions of some sculptures further enhance such feeling, and the smooth-flowing movement of the forms turns into a yearning for infinity. There is no fear in this longing for the unknown, it is instead a tribute to nature and to the wonders it creates.
The monumental sculptures turn into ancestral megaliths, benevolent forces that help man in this dialogue with the boundless space of the universe.
Vèlez has a penchant for marble, and it is not by chance that he chose to live in a place that has a very long tradition in working with marble and is unbreakably bonded to art history and the best of crafts. For him, such material is an endless challenge. Technically, it is about working to remove the unnecessary and looking into one single block of solid matter for the basic lines the artist needs to show, as exhaustively as possible, this feeling of his which tends to harmony and that he deeply feels he has to express.
In addition, Vélez wants to be able to turn a solid material into a flowing, nearly liquid one, another goal that the young Colombian sculptor perfectly manages to achieve, by giving a surreal softness to the surfaces of his works.
Among the many materials Vèlez uses for his sculptures, there’s no doubt that one of the technically most fascinating is steel. A material that the artist mainly works with in his Medellin studio and with which he mainly makes monumental works. His love for experimenting and for manual skills is very strongly evoked by such works. The methods to make such works are extremely different from the other materials, they are planned in a way that is close to design, where pride of place is given to the structure and statics of the work made by assembling steel slabs next to each other.
In this case, that bent for the pure, perfectly polished forms is the result of working so hard on the surface as to turn it from dull into glossy, and it is at that point that the work achieves those sleek lines that so often recur in the sculptor’s works. However, as he never wants to stop experimenting with ever-new materials, Vélez even ventured into trying a new alloy that gives life to white bronze, a material that, with its sidereal reflections, is redolent of the modern coldness of steel.
There are, in the exhibition of Pietrasanta, some bronze sculptures as well that the artist made with the classical lost-wax casting technique. Nor can we help admiring his sculptures in coloured bronze, a material that is almost perverted in its traditional monumental guise and made to resemble, once again, a piece of industrial design, finished in gaudy colours and deeply re-patinated, due to the problem of making such crisp colours take root on to the bronze surfaces.
The elective affinity between Costantin Brancusi and Gustavo Vèlez is extremely obvious, above all because both of them looked for a combination of forms that could lead to abstraction and to absolute geometrical stylisation. We find therefore that both sculptors lost all interest in the figurative and gave pride of place to a quest for meaningfulness, for the one form that encompasses all that the artist has inside and wants to express. They also share a tendency to make vertical works, as a sort of primeval totems; however, while mystic inspirations from Rumanian folklore and its extremely vast peasant culture that is deeply rooted in ancestral rites may be found in Brancusi, especially in some of his works, Vélez finds his own spiritual mould just in the elements of nature and in the immensity of space. A spirituality that he reflects in his sculptures in such a pure, minimal manner that would not look out of place in the Far East.
El fino canto de la piedra
Una danza íntima asciende hacia el infinito en las esculturas de Gustavo Vélez (Medellín, 1975).Sus formas sinuosas, leves como una música, interpelan el tiempo y el espacio, la arquitectura y la memoria urbana. Hay algo en común en la perplejidad de los espectadores de las ciudades del mundo, en Europa, Asia y América, y es el niño dormido que se despierta de repente, para verse reflejado en el brillo y esplendor de sus esculturas.
Gustavo Vélez tiene la virtud de convertir la pesadez del mármol, el bronce y el acero, en una sutil y provocadora levedad, como si fuera el ala de una mariposa, el labio carnal sugerido por el viento. En sus manos, las piedras y los metales se vuelven sinfonía sensorial. Su relación con el mármol es la misma que tenían los maestros en la antigüedad y en el Renacimiento. Con un martillo y un cincel, como en las noches remotas de Miguel Ángel y Bernini, el artista se detiene ante los elementos y delinea antes de tocar la piedra el universo que fecundará con sus manos. Solo a punta de martillar y cincelar durante días y noches, descubre el artista que el mármol y el acero no son pesados, que la pesadez y la levedad están dentro y fuera del creador, y la manera de resolver la creación, es hija del rigor perfeccionista y del enigma inexplicable e irracional con que cada obra parece susurrar el cierre de un círculo y el reclamo intuitivo de que el artista no la intervenga más. Son los tiempos que fluyen en el artista entre dos silencios: desde el instante que precede al nacimiento de sus esculturas, al otro límite apoteósico de la culminación. En ese peregrinaje vislumbra al cabo de una insaciable e implacable búsqueda, el milagro de una línea armónica, de la que surgirá una curva, una espiral, un vuelo. Así mismo como en la experiencia pictórica: ver brotar del lienzo en blanco, de la ciega luz desbordada como la del primer amanecer del universo, el germen de una criatura, de un gesto, de un temblor o una emoción pintada o esculpida.
El niño que soldaba milagros
En la cerrajería de su padre, el niño empezó a soldar sus primeras invenciones, como quien arma un rompecabezas, juntando milagros, desarmando intuiciones, a ciegas, con las manos ansiosas de descubrir formas, como quien pule con paciencia, la geometría del silencio. La soledad llegaría como un viento inexorable, a la sensibilidad estremecida del joven artista.
“Mi padre murió muy temprano, a sus 56 años. Tras su muerte, mi madre se sumió en una enfermedad de más de diez años, y falleció a los 69 años”.
Él tenía una sensibilidad para las artes manuales. En su cerrajería, utilizaba su pulidora. Desde muy pequeño empecé a soldar. Los dos fueron muy motivadores de mi vocación. A los 19 años decidí irme del país y pensé en Italia. Seguí estudios en la Academia Lorenzo de Medici en Florencia y culminé en los talleres de Pietrasanta”. A veces, cuando sale en la búsqueda del mármol de Carrara, se tropieza con el Maestro Fernando Botero. Los dos, piedra en mano, mármol a mármol, los dos nacidos en Medellín, se miran en la distancia generacional y en la cercanía de la pasión. Gustavo nacido 45 años después de Botero. Los dos se sonríen con la complicidad que tejen los aparentes y misteriosos azares. Hay límites de prudencia que cada artista asume. “Lo aprecio y admiro. Es un ejemplo de vida, por su gran talento y su tremenda disciplina”. Gustavo Vélez, quien reside en Pietrasanta, desde hace más de veinte años, mantiene una dulce y serena espontaneidad, y una vigilia antes y después de las exposiciones. No duerme pensando en los detalles y asiste a los montajes sugiriendo puntos estratégicos en el paisaje urbano. Hay algo titánico en su espíritu que lo lleva a elegir medio centenar de esculturas, desde Pietrasanta hasta el corazón amurallado de la ciudad, en la más grande exposición que se haya exhibido en la ciudad en toda su historia. Imagino el lento y parsimonioso peregrinaje de toneladas de mármol en barcos hasta Cartagena. Imagino la ansiedad de sus manos al amanecer buscando la línea precisa, el vuelo exacto. En su taller frente a las montañas de Medellín, al igual que en Pietrasanta, trabaja bloques de 60 toneladas. “Cada bloquecito, es un hipercúbico, una geometría dentro de la geometría”, dice. “Me encanta ver las sombras y las entradas de luz en la piedra”. Luego de la apertura de la exposición en Cartagena, dispuso de tres guardianes que velan con devoción por el brillo de las esculturas que los transeúntes acarician con arriesgada fascinación. A Gertrudis, la enorme escultura de Botero en la Plaza Santo Domingo, los enamorados le matizaron el color del pie, de tanto acariciárselo. Es una pátina resuelta en caricias de devotos y fervientes, y supersticiosos del amor y la suerte. Pero Gustavo protege con sutileza su obra que esplende a la intemperie de Cartagena de Indias, y lamenta que el sol y la lluvia y la orfandad hayan sumergido en la penumbra una escultura donada por el Maestro Edgar Negret (Popayán 1920-Bogotá 2012) en Bocagrande. Él desea donar una de las suyas, con el compromiso amoroso de sus autoridades de preservarla y conservarla. El lugar aún no ha sido definido ni decidido. Pero en el punto cardinal elegido, su escultura enriquecerá el mapa artístico y urbano de Cartagena de Indias, junto a las obras de algunos de sus maestros y predecesores como Enrique Grau (1920-2004), Fernando Botero (Medellín, 1932), Eduardo Ramírez Villamizar (Pamplona 1923-Bogotá 2004), entre otros.
¿Por qué eligió a Cartagena de Indias?-le pregunto. “Cuando expuse en Pietrasanta 36 obras, 14 de ellas monumentales, en la plaza de la ciudad, con 18 mil visitas en tres meses, pensé que debía hacer una exposición en mi país, y elegí Cartagena de Indias, porque es un símbolo de ciudad en el mundo, y la ciudad más importante de Colombia”. Esta exposición de 46 esculturas, 18 de ellas monumentales, ha sido trabajada en los últimos dos años, luego de diligenciar los permisos. No hay azar ni siquiera en la elección de las obras, en los puntos escogidos de la ciudad, y mucho menos en la tarea descomunal de traerlas desde Pietrasanta. Hay una comunión exacta con la ciudad. Es la primera exposición de esta magnitud en Colombia, bajo la curaduría de María del Pilar Rodríguez.
“Quisimos que las obras no interrumpieran la dinámica urbana, entre el pasado y el presente, sino por el contrario, que establecieran una conexión con el habitante y su entorno. Hemos presenciado la reacción positiva de los transeúntes de todas las edades que se hacen fotos junto a las esculturas. Se acercan pero nadie (salvo los niños) intenta tocarlas sino acariciarlas con la mirada y con los reflejos que producen. Las esculturas de acero son un espejo del entorno. Elegí el acero por su brillo al máximo e incorporé en su terminación, una lámina en la que se refleja el espectador, el paisaje y los transeúntes. Si usted la ve de día, tiene otra dimensión, pero a medida que avanza la tarde y la noche, la escultura recoge como un espejo los reflejos”.
La obra “Hipercúbicos", en la Plaza de la Paz frente a la emblemática Torre del Reloj de Cartagena de Indias, está en el mismo punto donde en 1911 una legión de mujeres erigió una fuente en honor del primer centenario de la Independencia de la ciudad, precisa la curadora María del Pilar Rodríguez. En la Plaza de la Trinidad, la obra “Libertad”, de cuatro metros, evoca a los Lanceros de Getsemaní, que participaron en la Independencia de Cartagena, liderados por Pedro Romero. En la Plaza San Pedro, en donde hace más de tres centurias, remataban africanos en el bazar pervertido de la esclavitud, Claver los esperaba llegar, compraba algunos para evangelizarlos, curarlos e integrarlos a la sociedad. La obra de Gustavo Vélez se denomina “Zenit”, en homenaje al secreto guardián de los derechos humanos de aquella época.
La sed del peregrino
Mucho antes que la piedra fuera elegida por el artista, él mismo establece un diálogo anticipado con los elementos, dibujando la desmesura de su sueño.
“El proceso es complejo, pero al final uno siempre tiene un deseo de seguirlas acariciando. Hago muchos bocetos, pero busco la armonía de las líneas para que lo duro y pesado de los materiales, tenga un punto de delicadeza y transparencia. Creo que el reto es la delicadeza, que la escultura se vuelva ligera y logre flotar en el espacio como una provocación de lo infinito. Hace veinte años mi búsqueda era lograr una identidad estética. Comencé con una pieza pequeña de 48 centímetros abstracta, en la que quería disolver un cubo y volverlo movimiento, girar sobre un eje. Geometría dentro de la geometría. La necesidad de hacer obras monumentales nació sola. Todo el tiempo estoy pensando en esculturas. Dedico demasiadas horas a cada obra. Creo que todo el tiempo. Con el mármol paso trabajando hasta la noche. Cuando estoy en exposiciones, es todo el tiempo. Hay obras que pueden hacerse en tres meses. Una escultura como “Libertad”, que está en la Plaza de la Trinidad, da la sensación que va al infinito. A veces no me canso de pulir las formas”.
La exposición de Cartagena de Indias se hizo posible gracias al esfuerzo descomunal e integrado de la Galería LGM Arte Internacional que dirigen Luis Guillermo Moreno y Elvira Moreno, la Cámara de Comercio de Cartagena, el comité de patrimonio del Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena (IPCC), el Grupo Conservar que preside Salim Osta, la curadora María del Pilar Rodríguez, pero sobre todo, al inmenso corazón y sensibilidad del artista que logró amurallar la ciudad con arte, y sitiarla al desafío de los sentidos.
La música de la piedra
En la última década, la obra de Gustavo Vélez conquistó el continente asiático en exhibiciones, ferias y colecciones privadas. En China, Japón, Corea y Singapur, su obra es celebrada como una de las mejores del arte contemporáneo, por la sutileza, levedad y musicalidad de sus formas.
Sus esculturas sorprendieron a los espectadores asiáticos en las galerías de Tokio, Utsunomiya, Iwaki y Yokohama, quienes durante dos años celebraron el prodigio del artista colombiano en la muestra Incontro a Pietrasanta, en un intercambio cultural entre Colombia y Japón. En agosto de 2015 expuso en la Galería Seiho de Tokio. En China, su obra ha estado presente en museos, galerías y ferias, como el Museo de la Ciudad de Beijing, Art Shanghai (China). En Corea, además de las muestras y ferias, instaló una escultura monumental Flying, mármol blanco coreano, en el Parque de Esculturas Art Vallery de Seúl.
En Europa, Gustavo ha participado en ferias de arte como la Pinta de Londres, la Swab de Barcelona, Art Monaco, Art Madrid y Summa. En 2013 fue elegido para la muestra individual de escultura que se realiza cada año en Pietrasanta (Italia), convitiéndolo en el artista más joven en intervenir la emblemática Piazza del Duomo y la Chiesa di Sant`Agostino. En Julio de 2014 expuso en Parco della Versiliana (Italia) para la muestra “Homo Faber” en la cual Vélez participó junto con obras monumentales de Igor Mitoraj y Fernando Botero. Su última aparición en Italia fue en la muestra individual del Museo Marino Marini de Pistoia.
En el continente Americano, además de sus exposiciones individuales en Panamá y Colombia, ha participado en ferias y muestras colectivas en Estados Unidos, México, Venezuela, Perú y Estados Unidos. Entre 2011 y 2012 más de una veintena de esculturas monumentales de mármol, acero y bronce se exhibieron en el Museo Arqueológico y Contemporáneo de Guayaquil, Museo de Arte Moderno de Cuenca, Museo de Arte Moderno de Quito y Museo de Arte del Tolima. Su última muestra en Estados Unidos fue en la colectiva “How a Sculpture is born”, en el Museo de Bellas Artes de Montgomery, Alabama. Esta muestra exhibió el boceto de su obra “Hipercúbicos”, que hace parte de la colección permanente del Museo Dei Bozzetti de Pietrasanta, Italia.
Hay obras suyas en colecciones de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, el Metro de Medellín, Gobernación del Tolima, en Hiki Hospital en Utsunomiya y Akasaka Palace bldd de Tokio, Art valley de Seúl (Corea), Trump Towers de Panamá, Casa de Campo en República Dominicana, entre otras.
Por segundo año consecutivo, las casas de subastas Sotheby´s y Phillips han incluido las esculturas de Vélez para las subastas de arte latinoamericano en Nueva York. La obra Visiones fue elegida por la casa de subastas Phillips en 2015 y rompió record de subasta. Ha sido condecorado por el gobierno colombiano, con la Orden al Gran Caballero y la Orden de la Democracia Simón Bolívar.
De la contemplación oriental que solo acaricia con la mirada las superficies lisas y profundas y siente que la abstracción es otra forma de la realidad, y la percepción occidental que se desborda en la contemplación visual y la intuición táctil, hay lecturas humanas que revitalizan la curiosidad humana. En obras como “Hipercúbicos” (2013), formada en una dimensión de 260 x 140 x 160 cms, hay una construcción de inquietante sensualidad, en donde el vacío se eriza como una sinfonía de sugerencias.
En “Giro” (2013), 386 x 190 x 90 cms, la sinuosa levedad que se erige al cielo logra generar multiplicidad de transparencias al espectador y transformar la luz en un receptor mutante de reflejos del cielo y la tierra, y de los espectadores, bajo el resplandor del sol y la luna. En “Zenit” (2013), 660 x 70x70 cms, la línea convertida en curva ascendente, se eleva hacia el cielo, como una promesa de infinito. En “Visiones” (2011), 238.5x40 x40 cms, la abstracción iluminada por el brillo y la sinuosidad de la obra, crean múltiples sensaciones e interpretaciones, desde la danza y la serena contemplación de una criatura en vuelo. En “Espectro” (2011), 244.5 x 79 x 60 cms, las texturas de la obra generan paisajes emocionales desde un leve movimiento de hierbas, o un inmenso horizonte hacia el infinito.
Las esculturas de Gustavo Vélez tienen diversas lecturas sensoriales que nos conectan con los cuatro elementos: la tierra, el aire, el agua y el fuego. Los espectadores son eclécticos y pendulan en las perplejidades culturales de Occidente y Oriente, abrazan universos ricos y plurales, desde el interior a lo exterior, permeando la razón de nuevas intuiciones y adivinanzas del universo.
Los niños en Cartagena de Indias, por ejemplo, dentro del mapa cultural del Caribe, no solo se acercan a la obra sino que se sienten parte de ella, al fotografiar los reflejos de la ciudad y sus propios resplandores en la escultura. La relación es casi totémica. El objeto amado se convierte en una prolongación del paisaje y de la emoción de los espectadores. La obra se completa al ser contemplada.
Epílogo
La piedra dormida que pudo ser un corazón dormido en el tiempo se ha convertido en una música en las manos de Gustavo Vélez. Una sinfonía de cuerpos terrestres y celestes, de criaturas serenas y danzantes, sugerentes e inquietantes, una epopeya forjada entre dos silencios sublimes.
Una obra de arte produce admiración cuando al entrar en contacto con ella algo se mueve en nuestro interior. Desaparece el artista y permanece la obra.
Actualmente soy el Embajador de Colombia en Italia y una de las actividades que genera más satisfacción es la de asistir a la presentación de obras de artistas Colombianos.
En esta oportunidad he tenido el enorme placer de acompañar al Maestro Colombiano Gustavo Vélez en la inauguración de su nueva muestra en Italia, en la hermosa ciudad de Pistoia, en la sede del Museo Marino Marini, en donde el artista expone un grupo maravilloso de obras, unas de mármol, otras de acero y algunas de bronce.
Tuve la oportunidad de verlas, de contemplarlas antes de su exposición al público y de comentar con el artista sobre las mismas.
La primera y más fuerte impresión que me produjo fue la de SERENIDAD, sensación tan escasa en estos tiempos de nerviosismo, crispación y mal carácter. Percibí esa impresión porque este joven Maestro, viviendo en estos momentos de desolación y tragedias, ha sido capaz de observar con su imaginación que en la naturaleza hay espacio para que el artista pueda plasmar esa tranquila armonía, que todos quieren y no siempre se siente.
Esa sensación se percibe en: "Visiones", "Equilibrio", "Volo Azzurro", "Luna", "Eclipse", "Sonata", "Ilusión", "Viento", "Fuga" y "Libertad". Estos títulos te anuncian que después de las tormentas se despeja el cielo y aparece la luz.
Un comentario final sobrecogedor, hablando con el artista le pregunté cómo se trabaja hoy el mármol, ese, el de Carrara, que trabajaron Miguel Ángel y Bernini en el Renacimiento Italiano, aquellos grandes maestros que trabajaban con sus manos, con martillo y con cincel. Me contesta:
"Yo también uso las manos el martillo y el cincel." Este detalle le da un aroma de permanencia que permite intuir un futuro sereno.
“Gustavo Vélez y su poética del espacio”
El concepto y la experiencia de espacio es un tema tan analizado, estudiado y debatido en la historia de la humanidad como transformado en la contemporaneidad por la aparición y popularización tanto de la idea de la virtualidad como de las nuevas dimensiones planteadas por la física cuántica. Siendo a su vez uno de los aspectos menos conocidos de manera consciente por parte del individuo actual. Idea y sensación que la obra de Gustavo Vélez nos invita a vivir con su más reciente propuesta escultórica.
En medio de una especie de anarquía espacial y frente a un ser humano que privilegia su lugar en el mundo por encima del de sus congéneres – a propósito de la teoría de la híper modernidad de Lipovetzky-. La escultura adquiere una misión comunicacional, semántica y sensitiva de significativas proporciones. Llamada entre otras misiones a reestablecer los lazos del ser con el espacio “real”, partiendo de un ejercicio inicial fundamental: la toma de consciencia del propio espacio corporal.
Consciencia corpórea de la que nace sin duda la inquietud artística del escultor colombiano Gustavo Vélez, quién desde muy temprana edad en su natal Antioquia, está buscando formas de transformar su contexto a través de una interacción material que haga dialogar la razón y el sentimiento. Estrecha relación que los años han afianzado con una asertividad, que aunque claramente calculada en lo técnico, invita a un vuelo imaginario que no cabe describir si no en el ámbito de lo sensitivo.
Decía Rainer María Rilke respecto a Rodin: “Cuando Rodin compendiaba la superficie de sus obras en puntos culminantes, cuando elevaba un saliente o daba más profundidad a una cavidad, procedía de igual manera que la atmósfera con las cosas que le fueron entregadas hace siglos”. Ese es el mérito de la gran escultura, hacernos creer que el resultado que hay ante nuestros ojos surgió como fruto de la sabiduría exclusiva de Cronos. Una obra que se nos ofrece no como un obstáculo en nuestro camino, sino por el contrario, proyectando nuestra lectura del mundo hacia una infinidad de posibilidades emocionales y conceptuales superiores.
En una sociedad en la cual la velocidad se nos impone como directriz máxima, donde la contemplación profunda y sosegada de la obra de arte parece a veces rayar en la utopía, la escultura de Gustavo Vélez se presenta como una ruptura… Su propuesta cautiva al espectador gracias a su naturaleza estética, iniciando un diálogo que además de lograr una toma de consciencia del propio cuerpo –como referente inequívoco para abordar la obra- a su vez se convierte en un camino a variadas interpretaciones que viran entre el erotismo, la ternura y la libertad. En una semántica tridimensional que en medio del diálogo reconfigura el espacio, sumergiéndonos en un lugar poético que la obra construye a nuestro alrededor por suerte del diálogo entre piezas, o de una pieza única con la arquitectura o el paisaje. Ofreciendo una experiencia sensible de privilegio en medio de la frivolidad que satura los más de los escenarios contemporáneos.
Siguiendo la directriz máxima de Brancusi de: “compendiar todas las formas en una y comunicarles vida”; entre mármoles y aceros Gustavo Vélez nos entrega formas de una solidez incuestionable, pero que sin embargo mantienen latentes la poesía del dibujo que les dio origen, como testimonio entre otras del trabajo manual que hay en ellas; pues Vélez, aunque es aún muy joven, mantiene la devoción artesanal por el oficio, en una dinámica amenazante para su cuerpo a la vez que afortunada para el observador.
La obra de Vélez es sin duda híper moderna porque con claros referentes en la historia de la escultura, es igualmente oportuna a la contemporaneidad. Reflejando los valores de solidez estructural, impacto estético y disfrute individual que son piedra angular de la oferta artística de nuestro tiempo.
Sin ser cinética varias de las piezas nos insinúan un movimiento al mínimo cambio de perspectiva. Característica acentuada por los impecables acabados de los cantos y filos –tanto en piedra como en metal- que hacen que los sentidos paseen sobre ellas en forma de una caricia dancística que se transforma minuto a minuto gracias al performance que en comunión con la luz generan, por suerte del reflejo y/o la sombra.
Una sola pieza se abre a los sentidos como una lectura del mundo que siendo onírica es a la vez universal porque nos conecta con los más básicos referentes personales, desde los barquitos con los que jugamos en la infancia, hasta las más secretas fantasías de la adultez, pasando por nuestros más hondos temores, entre la vida y la muerte.
Todo, logrado con una musical armonía, nacida del compromiso ético del creador que con ésta obra muestra el inicio del camino hacia su madurez artística, desnudando con mayor honestidad sus motivos, que quedan a merced de los sentidos, en una libre dinámica de apropiación que plantea su elocuente poética del espacio.
Dependiendo del material que un escultor escoja para su obra, el proceso de producción puede ser sustancialmente diferente. Si este escoge mármol o madera, entonces al tallar estará dando forma a un bloque. Si este escoge yeso o arcilla, estará agregando material para dar forma a algo. También puede estar utilizando yeso como un preámbulo para utilizar bronce o acero, en un intrincado proceso en el que la materia es fundida, vertida, ensamblada, soldada, pulida, y construida. Posiblemente nuestra forma favorita de imaginar la escultura es una que está profundamente enlazada con nuestra memoria histórica: tallar un amuleto de madera o dar forma a un hacha desde una roca. Gustavo Vélez es muy consciente de los caminos hacia la escultura cuando utiliza materiales para dar forma a sus obras. Aunque sus primeras obras profundizaban en la representación, durante los últimos quince años se ha entregado a las formas abstractas. Su búsqueda por encontrar una forma en la materia está muy relacionada con la forma en que un poeta da significado al zumbido que aflora desde la confusión del lenguaje.
Aunque Vélez trabaja con diferentes materiales él encuentra un placer especial al esculpir el mármol. Él dice, “El medio que más aprecio y con el cuál mejor coexisto día a día es el mármol. Es por esto que diecisiete años atrás viajé a Pietrasanta luego de completar mi entrenamiento en Florencia. Me apasiona esculpir mármol, extraer todos sus valores, y conseguir la transparencia y movimiento que yacen en él”. Vélez, a menudo se reta a sí mismo a capturar la forma abstracta de objetos cuya forma intenta desvanecerse o es difícil de desentrañar; tales como Viento (mármol blanco de Carrara, 2009), Aire (mármol blanco de Carrara, 2013), y Bruma (mármol de Carrara, 2013). Es el tipo de reto que Leonardo da Vinci tomó cuando reflexionó sobre el agua, el cual llamó “vetturale di natura” (el vehículo de la naturaleza). Con sus poderes característicos de observación Leonardo dibujó las líneas de flujo del agua. El instinto de Vélez es enfocarse en el flujo sin el componente representacional.
La escultura en mármol Bruma (2013) apunta a la curvatura y claridad de la niebla. Bruma tiene un movimiento auto-impulsador sugerido por un tipo de banda Mobius infinita que parece estar oculta dentro de ella. El mármol irradia luminiscencia y establece una verticalidad que apunta hacia arriba así como el vapor que surge cuando el sol calienta el día.
De hecho, muchas de las esculturas de Vélez son un tributo a Brancusi (1876-1957), el artista Rumano de cuya obra extrae lecciones de estética. Vélez escribe, “Descubrí en Brancusi una lectura de la escultura como ritmo y líneas armoniosas que impactan en el espacio”. Se puede ver en el Ave en el Espacio sin alas un antecedente al Vuelo (mármol blanco de Carrara, 2007) de Vélez y Mia vita (mármol blanco de Carrara, 2008). A pesar de las similitudes, son las diferencias las que definen la obra de Vélez. Infinita (mármol blanco de Carrara, 2007) de Vélez no necesita la colosal altura de La Columna Infinita (1938) de Brancusi para poder sugerir un axis mundi, una línea para conectar la tierra y el cielo, materia finita y la infinidad del espacio. Infinita logra esto al tejer un diseño en el mármol que actúa como una función recursiva (n+1), y una sugerencia biomorfica floreciente.
Sugestión, repetición, y metáfora son algunas de las herramientas que un poeta utiliza para dar forma a lo indescriptible en el lenguaje común. Vélez, da forma a objetos para las que “forma” es un error de categoría, tal como Insomnio (mármol negro, 2004). Es una pieza cónica en la que formas biomorficas de hojas son truncadas repentinamente quedando ásperas y discontinuas. La aspereza no-trabajada disipa la ilusión de que no hay materia detrás de la obra artística pulida. En otras palabras, la obra insinúa la interrupción del orden natural del despertar y el dormir; y por ende, la necesidad de soñar y dormir, para dar forma a la realidad de nuestra vida despierta. El mármol negro (que Vélez rara vez utiliza) hace énfasis en el oscuro progreso de la noche.
Las esculturas pulidas en bronce y acero de Vélez agregan un elemento que el mármol rara vez exhibe: reflexión. Algo más sucede cuando una obra tridimensional como Creciente (Bronce, 2003) se puede instalar en un espacio y, a su vez reflejarlo. Las imágenes de los objetos y observadores que la rodean se convierten en sus propiedades; y sus movimientos la activan. La obra se convierte continua junto con el espacio que ocupa. Si somos el tipo de observador que pregunta qué es lo que la obra representa, posiblemente podríamos decir que Creciente continúa la serie sobre llamas nombradas en otras obras de bronce como Fiamma (Bronce, 2010). Pero si nos contentamos con examinarla como una forma abstracta, podemos observar que, no obstante la dureza del metal, la obra parece tener la fluidez de los líquidos y que nosotros (los observadores) contribuimos con su movimiento. La experiencia de Creciente es como observar un mar congelado de mercurio, o los efectos de la erosión sobre la roca provocados por el viento durante billones de años, o el crecimiento de una tormenta solar; cualquiera de los mencionados, o ninguno. Las obras de Vélez tienen la precisión de la poesía al igual que su amplitud.
Es apropiado terminar estas reflexiones acerca del trabajo de Gustavo Vélez con una de sus obras públicas monumentales Gran Monumental (Acero, 2013) una de las cuales se encuentra en la Casa de Campo en República Dominicana y la otra en el Trump Ocean Club en Panamá. Actualmente es la obra más grande de Vélez y una que requirió una verdadera planeación arquitectónica, estructural y de construcción. Sus superficies pulidas reflejan los alrededores y su pátina mate apenas da indicio de ellos. De los dos montajes para esta obra posiblemente el de Casa de Campo es el más ideal ya que refleja naturaleza en lugar de ciudad. Lo más extraordinario de esta pieza es la forma en que – a pesar de sus dimensiones colosales – parece contra-intuitiva y sin esfuerzo. Sus curvas caprichosas desafían la expectativa de un prisma rectangular; como si una paleta de helado plateado se hubiera derretido y doblado. También es una pieza en que el espacio negativo juega un mayor rol que en otras obras más totémicas. La obra es penetrada por una cueva arqueada, definida por ángulos rectos, y agraciadas por descensos curveados. Gran Monumental no apunta a los temas que el repertorio de Vélez se enfocaba, sino que introduce el nuevo tema de lo hecho por el hombre versus la naturaleza como es expresado en ángulos y curvas, arquitectura y paisaje. De hecho, uno podría imaginar que la estructura de acero se prepara para levantarse ella misma en forma de un signo de interrogación para preguntar: ¿Está siendo la materia domesticada en una forma artificial o la forma artificial se derrite para volver a la forma amorfa de dónde surgió?
"La escultura de Vélez es una obra de arte en tres dimensiones que requiere espacio. Necesita que el aire circule a su alrededor para desplegarse más allá de sus límites materiales, rebozar todos sus sentidos y permitir que la percepción del espectador sea más amplia e inmediata.
Cuando el Maestro Vélez elige las dimensiones de la obra anhela que el público pueda penetrar en la esencia misma de la escultura y su significado. La intensión del artista es siempre buscar la armonía entre el lugar y la representación, pensando en el espectador. En cualquier caso, su destino final es el público a cuyo encuentro acude entrelazando el arte y la vida."
"…De frente a una escultura de Gustavo Vélez debemos continuamente desplazarnos de un significado a otro, girar en torno y volvernos conscientes de la posibilidad múltiple de interpretación o también abandonarnos a la línea y seguirla en su recorrido tridimensional, seguir su sugerencia estética y dejarse…Me viene en mente usar una palabra que suena igual en español e italiano: incantare".
"…Tal vez lo que mejor connota las esculturas de Gustavo Vélez es la constante fluidez de formas y su armonía efusiva. Vélez pasa de la presencia cúbica de un bloque de mármol a la esbeltez de una pieza que es gobernada por el dominio de la técnica de la piedra. En sus trabajos recientes ya se denota la monumentalidad, donde el reto no es sólo con el material sino con el mundo que lo rodea. La habilidad, la capacidad, la resolución, la visión, todas estas gracias son traducidas a las manos de un artista como Vélez, que insiste en el cuidado de la forma y sus detalles. Vélez permite que el infinito todavía sea explorado y transmitido, en un juego de puntos fijos y proyectos móviles, entre la tierra y el cielo."
"…Gustavo Vélez ha encontrado en la libertad el tema de su quehacer artístico y utiliza sus obras para atrapar y mantener cautiva a tan esquiva dama. Su obra trasciende por el dinamismo de las líneas y la sinuosidad de sus formas. Más de un crítico ha señalado esta vocación por lo infinito…y es que el infinito es el alma de la libertad. Y la obra de Gustavo Vélez no es la manifestación plana de la libertad, es un estado de ella".
Nuestro cuerpo está limitado por la gravedad, pero tenemos deseos de volar en lo alto liberándonos de esta fuerza. Las obras de Vélez indiscutiblemente están cumpliendo con ese deseo. Gustavo logra crear las formas de plantas arraigadas firmemente en la tierra, con hojas y tallos que crecen enredándose en el cielo. Con sus curvas delgadas, ligeras y elegantes, sus esculturas están a punto de volar.
En sus obras se denota la importancia de la tridimencionalidad, que es el fundamento en la escultura. Las formas sin interrupción pueden ser observadas desde cualquier ángulo y los movimientos de las líneas continuas cambian de sombra a sol dependiendo de las luces.
"Mi obra tiene movimiento, busca una armonía contundente entre cada una de las líneas que la forman, dándole significado, valor y lógica a los sueños. Las esculuras creadas por mi se mezclan con el aire sutil y bailan de principio a fin mientras disfrutan de los cambios en cada uno de sus movimientos."
"Desde lo profundo del artista emergen vuelos, transparencias y movimientos hacia el infinito."
"Las obras tienen movimiento, buscan una armonía contundente entre cada una de las líneas que la forman. Las obras tienen una profundidad que se mezcla con el aire sutil. Las obras se abstraen mientras sufren cambios en cada uno de sus movimientos."
"Realidad caótica o armonía abstraccional...hablo de un mutuo acuerdo entre el figurativismo y el abstraccionismo. Una armonía clara, fruto del encuentro entre dos movimientos, esto es la abstracción figurativa.
"El proceso escultórico de Gustavo Vélez es el resultado del vuelo de un artista figurativo, abstraído de la realidad de nuestro mundo."
13 de mayo de 1998
"...El mármol traído desde Italia es transformado por este artista en obras que se juegan entre lo figurativo y lo conceptual, entre formas fácilmente identificables y otras más abstractas, llenas de movimiento, luz, sombras y búsqueda del infinito".
Luisa Fernanda Restrepo - Periódico El Mundo
"…Su calidez humana no ha buscado desde entonces otra cosa que romper con la frialdad del mármol, perforándolo, horadándolo, involucrando dos materiales opuestos, armonizándolos. Tallando ritmos en las líneas y los planos que se encuentran. Descubriendo la transparencia del mármol y la naturaleza sensible y viva dentro de una piedra muerta, lo suave y etéreo dentro de una roca dura. Es una lucha constante de opuestos que se atraen, un encuentro entre dos técnicas y dos épocas, entre lo clásico y lo contemporáneo, lo abstracto y lo figurativo. Veo en sus obras de hoy al muchacho de mirada vivaz que conocí algún día y a lo que hablamos entonces de Brancucci a Giambologna y lo oigo ahora anhelando que la pieza se eleve, se suelte como aves hacia el infinito dejando, sin embargo, partes de la piedra sin tocar, vírgenes y rudas, como un legado místico que nos perpetúa su origen. La escultura de Gustavo Vélez es el símil de la flama prisionera en la fría piedra recordándonos que por más alto que pongamos el alma no somos más que un cuerpo que un día se hará polvo. Que como sobrantes en el guijarro de un escultor solamente somos partículas, limadura, ceniza, polvo de mármol cualquiera en la veta perdida de algún Bernini".
Darío Ortiz Robledo
"…La obra escultórica de Gustavo Vélez enfatiza las cualidades y posibilidades de los materiales, produciendo sensaciones y percepciones contrastantes. Combina la elegancia visual y el uso sensitivo de la materia, logrando a lavez superficies etéreas y masas terrenales sólidas".
Maria Vidalia Betancurt Salinas - Directora Casa de la Cultura de Sabaneta
RÍTMICAS es el nombre de la Exposición del escultor Gustavo Vélez en la Universidad Pontificia Bolivariana. Oportunidad singular para dar a conocer a la comunidad universitaria y en particular, a los jóvenes, la expresión que frente a la vida tiene un hombre nacido en la tierra de los hombres libres, Fredonia, Antioquia.
A través de sus esculturas, ha pretendido proyectar la complejidad de las siluetas de las montañas entre las que ha vivido, su capacidad de auscultar entre las honduras de los diferentes contextos culturales del mundo, imaginando y objetivando sus ideas en el mármol, el bronce y otros materiales, recreados para disfrute de la sociedad, en propuestas que invitan al bien vivir y dan razones para vivir y razones para esperar.
Los ritmos de vida del maestro Gustavo Vélez, están fundados en su compromiso integral, como ser en familia y como ciudadano. Se dan a conocer e interpretar en la vitalidad de sus trazos, en el juego de líneas y claro-oscuros, en obras que dan a quien las observa, la oportunidad de encontrarse en sus propios ritmos y proyecciones vitales, en silenciosa conversación con lo que el artista propone para su libre expresión conceptual.
Desde su taller privado en El Uvital, Fredonia, siempre fiel a las fuentes nutricias de los valores de su lar nativo, soñó con proyectarse al mundo en un diálogo intercultural, descubriendo así sus vivencias, a través de diversas experiencias como el “Encuentro de Pietrasanta”, entre otras oportunidades. La huella del artista, por su generosa voluntad, queda para disfrute de las presentes y futuras generaciones de universitarios de la Pontificia Bolivariana, en la escultura que ha denominado RITMO, la cual, desde el Edificio Rectoral, será una permanente oportunidad e invitación que con ritmo, propicie un diálogo espiritual, con el maestro Vélez, para trascender desde la singularidad hasta la construcción solidaria del sentido de la vida en sociedad.
La Universidad Pontificia Bolivariana, se siente orgullosa de acoger en su casa unas obras de arte que por única vez en este año, serán expuestas en Colombia y que pronto degustarán personas de Tokio y otras ciudades de Asia y Europa. Al maestro Gustavo Vélez, nuestra perenne gratitud.
Luis Fernando Rodríguez Velásquez
Rector General
Universidad Pontificia Bolivariana